Según los críticos deportivos, Cristiano Ronaldo es actualmente uno de los mejores jugadores de futbol del mundo. Desde su debut en el Sporting de Lisboa ha sido la figura futbolística a la que más privilegios le ha brindado Nike, pues sus habilidades tan particulares con el balón han generado ganancias millonarias para la compañía deportiva. Sin embargo, desde que llegó al Real Madrid, la magia que desprenden sus botines ha disminuido. Tan sólo ha ganado con los merengues uno de los cinco títulos, el de La Copa del Rey (de entre la Champions League, La liga BBVA, El mundial de clubes, etc.) El Ronaldo mágico de la Premier League ya no es el mismo. No obstante, el uniforme ha evolucionado: la playera del 9 madrileño es, primero que nada, entallada, a diferencia de la que portaba con el Manchester United; las calcetas ya no ostentan el escudo del equipo, sino que moldean la pierna del portugués. Los tacos se mantienen: destruyen la retina con la misma potencia fluorescente de siempre y sólo varía la tonalidad: son rojos, rosas, morados, etc.
El Cristiano del Real Madrid ya no viste Nike para comodidad en el juego, sino para comodidad de las espectadoras. Es más relevante para él acomodarse las espinilleras, el peinado, el jersey que anotarle un gol al Barcelona en el Camp Nou. Y es que el futbol se ha vuelto un juego para mujeres, un goce pertinente pensado en ellas. No todos los días se ve un Cristiano Ronaldo en la tele, ni aunque repitan los partidos tres veces al día. Lo que le interesa a la nueva mujer futbolera es el depilado que trae el jugador en las piernas, en las cejas, etc., el nuevo tatuaje que dejó ver en la espalda cuando barrió a Xavi, el reciente bronceado o cualquier aspecto novedoso que lo haga brillar dentro de la cancha. Cristiano Ronaldo es aquel que aparece renovado, a la moda; no el jugador histórico, el que ha sido siempre, con sus gambetas extremadamente difíciles e inútiles.
Los hombres también comparten algunos gustos femeninos. Ellos se apasionan por un Cristiano fragmentado: Las zapatillas –como nombran los aficionados españoles a los tacos–, y el look resultan lo más destacado del seleccionado portugués; “las piernas, el abdomen, los brazos les corresponden a las mujeres”, piensan ellos involuntariamente. Entre más fluorescente el zapato, mejores las gambetas; entre más llamativo, menos esfuerzo de lograr la jugada que inventó CR9. Los adolescentes, por su parte, le apuestan todo su atractivo al peinado del delantero y al momento de “echar la cáscara” también le apuestan toda su capacidad física. Tan sólo les falta el mismo tratamiento cosmético para ser Cristiano Ronaldo, pero hacerlo implicaría que los distinguieran como los maricones del partido.
Finalmente, toda esta construcción egocéntrica del super-jugador-modelo resulta irónicamente en la eliminación de la individualidad. Aunque la personalidad del yo se transforma al imitar la apariencia del portugués, se pierde la naturalidad de cada uno y la participación colectiva en el futbol. Los nuevos cristianitos se olvidan que están jugando futbol e intentan ganarle al contrario. No se dan cuenta que son parte de una pasarela de ropa deportiva, cuyas innovaciones se pierden en la misma innovación: todos usan el mismo calzado que usó Cristiano en su partido anterior. De este modo, resulta muy caro seguir los cánones de la Barbie portuguesa, a la que cada partido insultan los ultras antimadridistas de la liga española de futbol.
Kevin Sevilla González