Desde mi ventana en un tercer piso
observo el espectacular de una novia sexy que encara con rostro de fiera al
futuro. El mito “y vivieron felices para siempre” se construye gracias a una
sociedad ávida de consumo y certezas. Si escriben en google: ¿Cuándo se
institucionalizó el matrimonio? La calificada como mejor respuesta, al fin y al
cabo, la más leída y sobre la cuál valdría la pena hacer todo un ensayo, es la escrita
por Miss Peggy, la cuál, copio a continuación (con todo y errores ortográficos
si se me permite, aun más, la ironía):
“El
matrimonio lo invento nuestro señor Jesucristo, pero el hombre tiene una idea
erronea de lo que es el matrimonio la verdad es que el matrimonio fue creado
para no vivir en pecado para estar mas cerca de la felicidad y en armonia con
Dios pero el humano ah decidido vivir en union libre por miedo a fracasos y
otras veces por falta de fe. El sexo fuera del matrimonio en si no es nada
comparado con lo que Dios quiere que sea. Jesus dijo casense conforme a la
leyes del hombre el no pide que nos casemos por la iglesia pero si por lo que a
nosotros llamamos lo civil. No por que nos importe mucho lo que diga la gente
si no para que el mundo sepa que dos personas que se aman se han unido y para
cumplir la regla que Dios impuso y los pecados cometidos como tener sexo antes
del matrimonio seran perdonados.”
Todas las novias son bonitas, se dice por
ahí, porque todas están brillando con la promesa del amor eterno, la paciencia
eterna, el deseo eterno. Sólo que el deseo es un eterno presente que, una vez
satisfecho, desconoce a lo que se ha tragado. Y una vez que los anillos están
colocados, el sí está dicho y los novios se han dado el primer beso de amor,
cae el sombrero charro sobre la cámara, comienza el fade out y un letrero nos despide con un apacible y prometedor: “Y
vivieron por siempre felices”.
El mito “ils vécurent heureux et eurent
beaucoup d'enfants” (traducción en francés que incluye a la afortunada progenie
del feliz encuentro) es un cosquilleo que inicia a muy temprana edad. De la
Skipper se evoluciona a la Barbie novia y, felizmente, a la Barbie embarazada
(una muñeca que tiene un bebé a pesar de no tener vagina, cuyo vientre se abre
en puertas para dejar pasar a la cigüeña). También se juega con un carrito de
súper, o un set de limpieza del hogar y, ya entradas en responsabilidades, con
un bebé que babea y hasta hace pipí.
Sin duda lo que más se asentó en mi
imaginario happy ever after fueron las
películas de Walt Disney, con sus princesas dispuestas a morir por la promesa
de un amor verdadero. Recuerdo a Ariel sentada en una roca observando desde
lejos a Erick, su torso de quinceañera y su cola de pez enmarcados por las olas
de un mar enardecido de pasión, mientra ella entregada canta: “por ti vendré”. Ariel decide a toda costa regresar por el
hombre al que sólo ha visto una vez. Después de muchos años de soñar con ese
rapto de entrega, me doy cuenta de que la voz propia es un precio demasiado
alto para recibir a cambio el tan universal “y vivieron por siempre felices y
comieron perdices”.
Con todo y lo que acabo de decir, quiero
confesar que siempre he tenido ganas de probarme un vestido de novia. Supongo
que es un resabio de mi infancia en la que, muchísimas veces, jugué a casarme.
El vestido sintetiza el contrato que se lleva a cabo cuando un hombre y una
mujer se casan. Es un vestido blanco, porque la mujer es pura y, sobre todo,
virginal, prenda reservada para su marido pues sólo se usa una vez, durante la
ceremonia en la que ella se entrega a él.
El mito de happy ever after se ampara en otro gran mito: el de la media
naranja, aquella persona que nos complementa a la perfección. Así pues, ni la
mujer (ni el hombre) tienen que buscar más allá de ese primer gran amor, porque
no es posible que una media naranja se equivoque al ver a su igual.
Para asegurar la virginidad de una mujer está
su padre, quien la entrega al marido incorrupta e inocente con el fin de asegurar
la descendencia de ambas familias. El vestido de novia sexy del espectacular
que se asoma por mi ventana sólo cobra su verdadero significado cuando se
acompaña de la sábana blanca que todavía en muchas culturas se muestra manchada
de sangre a los invitados. Entre los gitanos, existe un oficio para legitimar
la virginidad de la novia. La ajuntaora
es esa señora que entra a un cuarto rodeada por todas las mujeres en donde la
novia gitana (vestida con oro y plata, eso sí) la espera con las piernas
abiertas para que con una aguja (esterilizada, eso también) le rompa el himen.
La ajuntaora procede a manchar con esa sangre un pañuelo que mostrará a la enardecida
concurrencia masculina.
Tenemos tanto miedo a reconocer nuestra
sexualidad (tan variada y libre como en esencia es) porque entonces
desconoceríamos los valores que hasta ahora nos han controlado. ¿Por qué el
control? ¿Qué existe más allá? ¿Qué sucede si las mujeres dejamos de ser
objetos de consumo y nos convertimos en sujetos de amor?
“Casarse es necesario” me dijo un extraño
que venía sentado junto a mí en el autobús. Todavía se pueden encontrar muchas
mujeres que sueñan con el momento en el que algún hombre gallardo, de anchos
bolsillos y escaso carácter se comprometerá a “cuidarla” para siempre, aunque
me gusta pensar que son una raza en peligro de extinción.
Oriana Jiménez