miércoles, 4 de diciembre de 2013

El retorno de lo vello


Recuerdo que en mis días de adolescencia, aproximadamente en la secundaria, para gente de mi edad tener vello facial (sobre todo bigote, pues la barba requiere de más tiempo) era algo simplemente mal visto. En los estratos de la clase media-alta, en los cuales me crié, el bigote, aunque fuera tan sólo la sombra de él, te hacía ser algo parecido a un “indio”, te colocaba automáticamente al lado de esa parte de la sociedad, tan mal vista por las “buenas consciencias”. No había duda que esa tan pequeña zona ligeramente poblada de vello creaba en la mente de aquellas juventudes una semejanza con una clase social trabajadora del campo, arreadora de tierra y cosechadora; de cara tostada y mano llagada, tan sucia para esas mentes clasemedieras, tan indignas de compartir su mismo espacio.

 ¿Cómo sucedía esta transmutación de un sector de la sociedad a otra en forma tan instantánea? No lo sabía a ciencia cierta, tal vez los antiguos cánones del “galán mexicano” habían sido desplazados, tal vez el arquetipo del macho en ese entonces era aquél de figura más fina, más refinada y pulcra, o tal vez la moda (como la vida) estaba siguiendo su curso natural y se encontraba en la parte más baja de la rueda de la fortuna, esperando llegar de nuevo a la cima. Sin embargo algo sí estaba claro, el bigote era razón de segregación.


Sin embargo, de un tiempo a acá, el bigote ya no es una razón de ser excluido de la sociedad, o al menos de cierto sector de la sociedad. Y no sólo eso, sino que el bigote y la barba, el vello facial en su totalidad es algo que (al parecer) causa admiración, es causa de conmoción y es bien visto, bienvenido y aceptado. En experiencia personal, el vello facial es incluso una razón por la cual la gente se te acerca, te da dos o tres palmaditas efusivas en la espalda y te felicita: “¡Qué buen mostacho traes ,papá!”.

Pero el vello facial no es solamente algo por lo cual sentirse apreciado y congratulado. El vello facial aporta cualidades al poseedor. Cualidades de masculinidad. Así como el que es capaz de desarrollar un vello facial digno de ser admirado se posiciona en un escalón más alto que los demás; tanto el que no lo posee, como el que lo intenta, pero no lo logra por completo, son víctimas de una desvirtualización, de una automática pérdida de masculinidad en comparación con el hombre, el verdadero hombre que sí logra desarrollarlo en su totalidad.

Aunque no es la misma burla recibida por el que lo tiene “mal”, que la que recibe el que no lo tiene. El que no logra cubrir por completo la zona “destinada” al vello facial, llega a ser destinatario de adjetivos que lo convierten en un niño, en un infante que no logra desarrollar por completo el vello facial; así como puede ser relacionado con figuras como Cantinflas, por su distintiva distribución de vello.

Ahora, la persona que por desgracia (porque, al parecer, cuando no tiene barba es algo natural, pero cuando la tiene es cuestión de arduo trabajo) y por decisión de la genética simplemente no desarrolla ningún atisbo de barba o  bigote, es receptáculo de atributos que van desde la feminidad, la homosexualidad, hasta tener “piel de bebé”. Porque, como hemos dicho, el bigote es eso: símbolo de autoridad, de masculinidad, de hombría.


 Rodrigo Palomino

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